Extracto: un árbol crece en Brooklyn
Francie nunca podría olvidarla. A partir de ese día, recordando a las vecinas de las piedras, empezó a odiar a las mujeres. Ya las temía por sus maneras aviesas, y desconfiaba de sus instintos, pero comenzó a odiar su falta de lealtad y la crueldad que se demostraban entre ellas. Ninguna de esas mujeres había dicho una palabra para defender a la pobre Joanna, y sólo por miedo a que le hicieran lo mismo. Ese transeúnte, un hombre, era el único que le había hablado con ternura.
La mayoría de las mujeres tenía algo en común: los dolores del parto. Eso debería unirlas a todas, debería empujarlas a amarse y defenderse de los hombres. Pero no era así. Parecía que los enormes dolores del parto les habían endurecido el alma. Sólo se unían para hacerle daño a otra mujer, con las palabras o con las piedras. Ésta era la única forma de lealtad que conocían.
Los hombres eran distintos. Podían odiarse, sin embargo, formaban un bloque compacto contra el mundo entero y contra cualquier mujer que intentase enredar a uno de ellos.
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